sábado, 1 de enero de 2011

MAZUNTE Laura Fernández-Montesinos Salamanca


MAZUNTE 


Laura Fernández-Montesinos Salamanca
1/Enero/2011

     Desgraciadamente, las 7 bellísimas bahías de Huatulco, a escasa distancia del parque nacional del mismo nombre, carecen de la protección medioambiental que requeriría una zona tan rica en fauna y en la flora característica de la selva baja que subsiste a duras penas, pero especialmente los corales, que desaparecen a pasos agigantados como consecuencia de la intromisión constante del ser humano, de los aceites bronceadores, de los turistas torpes o irresponsables que han de sostenerse de los corales por falta de cuidado y habilidad, a pesar de los gritos desesperados de los guías, incapaces de controlar a las hordas, todo ello aunado al calentamiento del agua, que ha provocado ya un estremecedor cambio en el color del arrecife de unos años a la fecha.

    
 Es muy triste comprobar que el dinero provoca en el ser humano un aliciente constante para la depredación sin límite, aún las advertencias de los científicos, y que no cedamos un ápice de nuestra comodidad con tal de gozar en un bello y lujoso hotel para cuya construcción se han destruido cientos de hectáreas de selva, cuyos campos de golf consumen ingentes cantidades de agua de una zona donde no sobra, cuyas playas son privadas y exclusivas para sus adinerados clientes, en su mayoría extranjeros. Es lamentable que los inmensos cruceros - de más de diez pisos de altura- se encaprichen en meterse hasta la orilla de las bahías más hermosas como deleite de sus pasajeros, para lo que se ha tenido que profundizar el calado, con enorme menosprecio de los corales que proliferan –cada vez menos, por desgracia- en estas pequeñas calas. Es vergonzoso que lo que el gobierno mexicano quiso hacer bien hace años, protegiendo una zona tan rica e importante, se haya olvidado ahora de esta labor encomiable en pos del un agónico enriquecimiento a costa de la vida salvaje, y de las lágrimas de quienes velan por salvarla, sin importar cuántas trabas les cueste asumir su labor, de no recibir por ella más pago que el agradecimiento de algunos visitantes responsables, o responsabilizados –lo que no es poco- y de ver cómo el territorio protegido se reduce cada día a cambio del concreto de los establecimientos hoteleros y de restauración. Es bochornoso que el ser humano se decante por la depredación en vez de la conservación, si hay dinero de por medio. O no es capaz de sacrificar un poco de la comodidad a la que nos hemos acostumbrado tan escandalosa y convenientemente, en pro del planeta.


     Hace unos años Huatulco era poco más que un poblado de pescadores que dependían de su pesca, del huevo, la carne de tortuga y de su tráfico. Cuando el gobierno mexicano tuvo que asumir, que a consecuencia de la superexplotación, la especie estaba en franco peligro de desaparecer, pasó a la acción. En uno de los rincones de la costa de Oaxaca, aquella donde mayor cantidad de tortugas acudían a desovar, y donde más depredación existía, se construyó el “Museo de la Tortuga”. En el museo de Mazunte, a pocos kilómetros de Huatulco, se reciben a los animales rescatados de confinamientos y mercados ilegales, aquellos que los pescadores encuentran heridos o en peligro de asfixia por haber ingerido plásticos, desechables, basura arrojada o que el viento arrastra al mar. Se los trata, se los opera cuando es necesario, y se liberan.

  
    Hoy día la población de Mazunte, de Huatulco, y zonas aledañas siguen consumiendo huevo y carne de tortuga, pero a muy pequeña escala. Los lugareños son conscientes del daño que se provocó a la especie; de que resulta mucho más rentable conservar que consumir, y cada noche de arribada, acuden a recolectar los huevos de los nidos de las tortugas, que conservan en la misma playa, en un corral que cubren con mayas para protegerlos de los depredadores y por los que esperan 45 días para su nacimiento. Cuanto esto acontece, mantienen a las tortuguitas unos días en cautiverio para fortalecerlas, y una semana después, a la caída del sol las entregan a los turistas que lo solicitan, quienes las liberan en el mismo punto de su nacimiento. Con esta acción, los lugareños que antes depredaban a la tortuga y a sus huevos, abren las conciencias de los turistas para que no compren ni consuman los huevos ni la carne de los quelonios ni arrojen basura a la playa. Un vigilante cuida de que cada indivíduo sea efectivamente liberado. Es una emoción inmensa ver a los animalitos luchando por acudir al mar, su casa. Las que no lo logran a los primeros intentos – el mar es muy bravo en este lugar- son auxiliadas una y otra vez hasta que lo logran. Hay gritos de alegría y palmas. Es una lección de libertad para niños y adultos. De que la vida salvaje debe ser salvaje, no cautiva. De que la protección de los ecosistemas no es una opción, sino una obligación. De que existe una forma racional de subsistir sin necesidad de enriquecerse con grandes urbanizaciones hoteleras destructivas. Se puede. Se debe. Es nuestra labor.
   
  En Mazunte, las lanchas pesqueras se han transformado en turísticas. Los paseantes observan a los delfines y las tortugas en su hábitat natural –es inevitable la intromisión y el ruido de los motores, además de la consecuente contaminación- pero merece la pena si se trata de concienciar sobre la indispensable e inminente conservación.
     
     Los delfines realizan acrobacias impresionantes en su intento de liberarse de los parásitos que los molestan. Saltos de varios metros de altura sobre el agua que parecieran imposibles, sincronizaciones en sus salidas a respirar, saltos cruzados… Especies diversas de aves marinas: albatros, bobos, águilas pescadoras, fragatas, patos buzos. Tortugas, víboras marinas, medusas, y con suerte ballenas, que en su camino hacia la Patagonia, cruzan cerca de estas costas y que en ocasiones pueden avistarse.
    
    Muy cerca de Mazunte, en la laguna pantanosa de la Ventanita, los lugareños se han convertido en defensores de cocodrilos, aves, crustáceos, serpientes-boas constrictor- iguanas, tortugas de agua dulce y manglares, los recicladores naturales de cuanta porquería química arrojamos sin la menor consideración al medio. Protectores contra huracanes, y cobijo de miles de especies acuáticas y terrestres.
    
    ¿Hasta cuando creeremos que somos la única especie con “derecho” a la destrucción? El nefasto humano ha convertido al planeta en un cementerio de basura. Quizás la observación de cuántas especies hermosas pueden observarse en libertad despierte la conciencia de quienes todavía no han aprendido a vivir en consonancia con la madre naturaleza.

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